Qué lindo es saber que usted existe, querida, como decía Benedetti.
Esto es una carta que hace mucho tiempo que deseaba escribirle.
Con esto solo quería aprovechar para desearle una linda mañana, (cualquier excusa y espacio es bueno para hacerlo) pero que no sea una, que sean muchas. Pero no la mañana como concepto abstracto sino todos los detalles que la componen y que sé que usted ama.
En concreto me refiero a ese silencio que usted goza retozando entre las sábanas, llevando su cuerpo de manera consciente y juguetona de un lado a otro, ese pensar demorado que teje al compás de esos primeros movimientos que tan importantes son para la salud de todo lo que sigue.
Ahora pienso en todo lo que sigue, en su piel, su lindura. Deseo que se observe y que se aprecie. Si me permite le diré que yo lo hago, cada día de una forma más sincera, devota y concienzuda. Lo bueno del tiempo es que nos enseña a ver y a apreciar. Pero no el tiempo en sí si no las cosas que vivimos y nos van transformando la mirada y haciendo más sensibles a las cosas buenas y bellas de este mundo, como usted en tanto que representación de mujer buena. Aunque también deseo que esté aprendiendo a ser un poco mala o, más afinadamente, a reconocer e integrar con alegría las ambivalencias de su sombra, que son muchas y hay belleza en ellas. Todo en este mundo condensa en sí esa dualidad y negárselo sería indeseable y también aburrido. Conviene ser sincera y clara con una misma. Honesta. Una honestidad cuidada, sobre todo cuidada.
Deseo que se esté cuidando. Me pregunto si seguirá frecuentando la Yves Rocher como capricho desclasado, ojalá en la compañía de Estel o de esas otras hermanas a las que sé que usted ama. O sola, en su diálogo. Qué lindo el diálogo. Como los que tejíamos en el viaje, o al anochecer en ese lapso gozoso y lujurioso que antecede a la noche. ¿Se acuerda de aquellos vinos, de esa teatralidad buscada que antecedía la expansión de mí mundo hacia su mundo y viceversa?
Pienso a menudo en la importancia del diálogo, pero no en todos, no todos me importan; sino en el más fundamental, es decir, el que tiene usted consigo misma. Qué lindo es cuando una se va quitando peso y deja de hacer tratos y malabares con las partes de una misma que son personaje y proyección. La cuestión es identificarlas e ir a lo que de verdad hay y subyace, como proveedor de palpitar y de verdad, de promesa.
Espero que esté usted abrazando la promesa y el gozo de su propia verdad, de su autoconocimiento más radical y más profundo.
Lo mejor que le pueden desear a una es la mayor aproximación a su propia verdad y puede que los mayores actos de amor sean los que nos permiten acercarnos a ella, aunque estos, en una primera instancia, no parezcan favorecernos. Todo alberga sentido, como la lumbre de un refugio. Si se llama refugio hay lumbre y calor y si esto es así el cuerpo se siente un poco reconfortado y salvado. Le deseo la salvación de su propio refugio y de la verdad de su propia interioridad. El contacto permanente con eso.
Como ya puede ir intuyendo esto se va a convertir en una trenza de esperas repletas de esperanza.
Anoche descubrí su foto en mi cartera, decidí dejarla allí como un acto de amor secreto. Qué lindo esto y también la sonrisa que intuyo dibujada en sus aún más lindos labios. Bien, como decía, me reencontré con esa yo en la terraza de esa cafetería que puede ser bajo los árboles de cualquier plaza de la Barcelona en primavera que tanto usted ama. Se ve en el rostro cuando uno vivencia algo o a alguien que ama.
Se hace tarde y el reino del sueño acaricia mis párpados.
Le digo hasta pronto con la promesa de más nuevas y bellas palabras que le están por llegar.
Y del gozo que experimentará mañana y todos los días al despertar en la mejor de sus compañías.
De una que siempre la amó, la ama y la amará.
De mí para mí.
En Barcelona a 4 de mayo de 2025.